Y, después, San Juan. Ha brotado de la misma mañana de Murcia como un lirio. Ahí está en la puerta del Templo con ojos como que van buscando algo, por eso yo le pregunto:

¿Dónde vas, como asombrado,
tan de mañana, San Juan?
¿Qué buscan tus bellos ojos,
qué buscan, buscando van,
que parece que quisieras
ser ave…?

Si bien medida talla de la altura,
mal diente de turrón del de avellana,
surtes tu lentitud de arquitectura:

con tus vaivenes, torre, de campana,
galeota amarrada a una cadena,
se broncea tu viento o agitaba.
Pichones de blancor, desencadena,
por ver si se te aclara, aunque en anillos,
el magnolio al mirar tu tez morena.

Hermosa galana de nacimiento,
divina majestad de estirpe toscana,
gigante atalaya, seña cristiana,
la guía más grande del firmamento.

Escucha, amigo. Bulle la tartana,
crujen y verbenean verdes hojas
de la morera y tuércense en congojas
hilos de plata de una seda anciana.

[…] Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

No tengo ni mas sueños, ni mas anhelo, 
que este valle y su hermoso sereno cielo, 
sus huertos, sus palmeras, sus morerales
y las rosas eternas de sus rosales.

Vivir no es ser el átomo de un torbellino, 
ni ir á donde lo lleven y sin camino;
es procurarse dulce, tranquila calma,
y dar creencias y amores y fe al alma. 

Este hermoso poema, tributo a los nazarenos murcianos, fue escrito por D. José Frutos Baeza, y publicado en el diario el Liberal de Murcia, el día 12 de abril de 1906, festividad de Jueves Santo.

Morada, azul, o bermeja,
porque el color no hace al caso,
rompa o no, burle o acate
el canon indumentario,
ello es que no hay en el mundo
sayal de más rumbo y garbo
que la amplia túnica airosa 
del nazareno murciano.
 
Recogida a la cintura
en pliegues abullonados
que oprime a modo de cíngulo
el borlado cordón blanco,
parece ropilla a usanza
medioeval, con algo arábigo
en el encaje de espuma
ligero y acicalado.

Viejo Puente del Segura,
mirador digno de Fátima,
fingido adarve en que rondan
las descendencias arábigas;
¿por qué en tu obsequio no vibran,
al compás de la guitarra,
de las musas populares
las cadenciosas estancias?

Murcia, la patria bella,
de la Huerta sultana;
novia, rica y lozana
siempre llena de azahar.
 
De tu cielo esplendente
el dosel se despliega,
desde el mar a la vega,
desde la vega al mar.

[…] es porque mi sangre es sangre
de humilde estirpe huertana,
es porque en mi ser palpita,
porque te llevo en el alma,
y porque contigo evoco
ecos de edades pasadas,
y se recrea mi espíritu
con esa música grata,
que nace de tus acentos
y brota de tus palabras…

Hogar de mi vega, barraca murciana,
no sé si es tu estirpe mora o castellana;
pero por el hombre que hoy tu sombra habita
y la cruz que te hace parecer ermita,
sé que eres  cristiana.
 
Entre los maizales, como sosegado
tigre que vigila con celo el sembrado,
se ve el pardo lomo de tus albardines,
que a veces se cubre de blancos jazmines
y flor de granado.

El próximo 28 de marzo se cumplen 77 años de la muerte de Miguel Hernández. El poeta que dio nombre universal a Orihuela escribió los versos más hermosos y desgarradores a su amigo, José Ramón Marín Gutiérrez, alias Ramón Sitjé, fallecido de septicemia en la Nochebuena de 1935.

La enfermedad y muerte del íntimo amigo de Miguel se desarrolló tan rápido (en apenas 10 días) que el poeta no pudo llegar a tiempo para su entierro. Cuentan que ambos amigos se habían prometido enterrase con sus propias manos por lo que al dolor por la pérdida del amigo se unió la rabia por no haber podido cumplir su promesa. Esa impotencia y desolación inundan el texto elegiaco (y desamordazarte, y regresarte…).

Murcia, la ciudad hermosa,
con su vega siempre verde,
parece un verjel formado
por encantados verjeles.
¡Qué bella es la patria mía!
¡Qué encantadora y alegre
se levanta majestuosa,
orlada su pura frente
con la guirnalda de azahar,
que sus huertos la entretejen!
Do quiera los ojos miran,
plácidamente se pierden
en un bosque de moreras,
de palmas y de cipreses;
su extensa y frondosa vega,
mar de esmeralda parece,
donde entre espumas de flores
las tibias áuras se duermen.

Uno de los murcianos ilustres que con más empeño contribuyó al progreso, engrandecimiento y exhaltación, no solo de la ciudad de Murcia y su huerta, sino de toda la región murciana, fue, sin duda, don Pedro Jara Carrillo.

Hijo de D. Pedro María Sánchez y de Doña Ramona Madrigal, nació en Murcia el 22 de septiembre de 1844. Cursó sus primeros estudios en la capital murciana y sintiéndose atraído por el mundo de los minerales decidió llegar a ser Ingeniero de Minas.

Se despereza la aurora
entre sábanas de plata
y la Virgen se despierta
al clamor de las campanas.
 
Tocan que tocan tocando
coplicas de madrugada
con perfumes a tomillo,
a romero y a retama.

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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