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El Palacio Episcopal

En el mismo corazón de Murcia, en la plaza del Cardenal Belluga, nos encontramos ante un palacio del siglo XVIII. Este edificio se encuentra ubicado en el lugar que en otra época ocupara el Palacio-Alcázar, el cual fue derribado para dar una mayor vistosidad a la fachada de la Santa Iglesia Catedral.

De estilo rococó, está compuesto por dos fachadas: una en la plaza del Cardenal Belluga y otra en la Glorieta de España. En el interior hay un patio lateral y otro central con una abundante decoración. El Palacio Episcopal está dividido en dos partes: el cuerpo principal del edificio, y otro denominado el Martillo o Mirador del Obispo, un espigón construido antes de iniciarse las obras del cuerpo principal y en donde se encontraban las dependencias residenciales del prelado. El fin de este mirador era disponer de una visión privilegiada sobre el río Segura y el Paseo del Arenal (Glorieta de España).

Fue el obispo Don Juan Mateo, aproximadamente en 1748, quién decidió dar comienzo a las obras del palacio. En la construcción, la cual se fue dilatando en el tiempo, intervinieron varios maestros vinculados a Jaime Bort, como Pedro Pagán y José López. Los trabajos llegaron a término en el año 1777 bajo el mandato del obispo Rojas, dirigidos por Baltasar Canestro, maestro de origen italiano. Baltasar Canestro se encontraba en aquella época en España por haber intervenido como sobrestante en las obras del Palacio Real de Madrid. Al maestro italiano se le deben los detalles de los frisos de la fachada principal, los escudos frontales y la decoración al fresco.

El Palacio Episcopal es de uso administrativo y eclesiástico, pero sirvió como cuartel general a las tropas francesas cuando en la Guerra de la Independencia Española saquearon la ciudad. También fue residencia de la reina Isabel II en la visita a Murcia en 1862. Años más tarde, fue alojamiento de otro monarca, cuando Alfonso XII quiso estar junto a los murcianos en la trágica riada de Santa Teresa en 1879.

Etiquetas: arquitectura historia

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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