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La riada de Santa Teresa

Había sido un verano poco común en la huerta de Murcia, mucho más lluvioso de lo habitual, y los huertanos se mostraban esperanzados ante lo que el cielo les había regalado. Era el día 14 de octubre de 1879, cuando nadie podía ni siquiera sospecharlo. Se gestó la gran esquilma, lejos, en la Sierra de Vélez, cuando un cielo oscuro y traicionero quebró sin aviso, y una enorme cortina de agua se desprendió sobre la tierra.

A través de los ríos Luchena y Vélez, las aguas, con prisa tormentosa, llegaron al Pantano de Puentes. Desde la presa, que no hacía mucho tiempo ya había sido restaurada, poco cauce se pudo contener, y ayudado por la Rambla de Caravaca, una gran cresta de agua se avalanzó sobre la ciudad de Lorca. Serían las tres de la tarde, y en un breve espacio de tiempo, quedó destruido el puente del camino de Águilas y todo el arrabal de San Cristóbal. Todo aquello aconteció de manera vertiginosa, sin que los vecinos de Lorca pudieran darse apenas cuenta. Cuando el Alcalde atinó a mandar un telegrama de aviso a la capital murciana, las primitivas comunicaciones existentes de aquellas fechas habían quedado destruidas.
Mientras, aquella misma tormenta unos kilómetros al norte, abasteció de agua el cauce del Segura a través de los río Tus, Mundo y Taibilla, y se sumaron después las aguas del río Mula y la Rambla Salada. Por otra parte, la crecida del Guadalentín, se incrementó con de la rambla de Viznaga , que tras romper la presa del Paretón, arrasó los campos y vegas de Totana, Alhama y Librilla. 
Alrededor de las 9 de la noche de aquel fatídico día, la terrible riada procedente de Lorca llegaba al Paso de los Carros, ese lugar donde el Guadalentín pierde su nombre y se transforma en el río Sangonera. No pudo entrar toda el agua en el cauce del Reguerón, el cual quedó desbordado por ambos márgenes. Comenzó así aquella devastadora inundación de la Huerta de Murcia. Aunque, a pesar de tan tremenda desgracia, existe un detalle favorable que debemos resaltar en esta historia, hubo una diferencia horaria en la llegada de ambos ríos al municipio de Murcia, de lo contrario, hubiera supuesto una tragedia aún mucho mayor. 

No encontramos mejor manera de describir lo que ocurrió en Murcia, en aquella triste madrugada del día 15 de octubre de 1879, que reproducir los hechos tal y como los vivió en primera persona uno de aquellos testigos del infortunio. Estas son las palabras del ilustre periodista D. José Martínez Tornel, el cual publicó lo siguiente: 

[...] La inundación se verificó casi traidoramente: cuando los serenos quisieron avisar á los vecinos, estaba ya la población inundada por la parte del barrio de San Benito; y á las dos y media de la noche entraba el agua por todas las casas de dicho barrio. El toque repetido de arrebato, que no daba campanadas, anunciaba desde luego que no era un incendio, y esto contribuyó a alarmar más a la población, que se echó a la calle a averiguar la desgracia que les amenazaba.
Todos nos dirigimos al Puente. ¡Que espectáculo tan desconsolador, en medio de su imponente grandeza!. Aquello era un mar rugiente; los ojos del Puente eran pequeños para dar paso a la corriente, cuyo nivel era tan alto que desde los pretiles se podía tocar el agua. Como muchos vecinos de la ciudad, tienen familia en el Barrio, cruzaron algunos el Puente ávidos de saber la suerte de sus parientes, y el agua los detenía en el mismo  fielato, sufriendo la incertidumbre y la pena más amarga.
Allí, y en los primeros momentos, llegamos nosotros, y vimos la intrepidez con que el valeroso cuerpo de la Guardia Civil se lanzó al agua a prestar los socorros que pudiera y hasta donde le fuera posible á los que los necesitaran. ¡Gloria! ¡honor esos valientes valientes!. De este cuerpo se cuentan heroicidades. El sargento Azcárate salvó á algunos infelices, casi con el agua al cuello en la calle de la Greña y en otras del barrio, ayudado de los guardias que le acompañaban.
Allí vimos al Sr. Gobernador civil, los concejales Lorente, Illán González, Calvo, Almazán, Hernansaez y otros, adoptando algunas disposiciones, las que eran posibles, en aquellos momentos de angustia suprema. Allí vimos á los jefes de la Guardia Civil. Todos queríamos hacer algo, y ninguno atinábamos cómo. Algunos coches pasaban al Barrio y recogían á los que podían.
Húndese una pared del Matadero con lúgubre estruendo; momentos de estupor. El agua crecía y crecía. La oscuridad era completa; solamente la llama de algunos hachones contribuía á dar un aspecto más pavoroso al terrible cuadro. Oíanse por todas partes gritos pidiendo socorro.
Tapose la puerta del Malecón por donde el río amenaza a la ciudad, marcando una altura de dos varas sobre el muro del Malecón. Las alcantarillas, y los cauces de la ciudad revientan, y el agua llega hasta la calle de las Mulas inundando todo San Pedro. También se inunda el Hospital, la Cárcel, la Catedral, plaza de Cadenas, barrio de San Juan y San Andrés.
Llega el día y se ve la desgracia en toda su realidad. El cuerpo de bomberos quiere combatir el terrible elemento y busca el sitio del peligro. Desde el Malecón se ve a unas mujeres sobre un terrado en el mayor peligro, y el “Nuevo Tato” atado de cuerdas corta a nado ¡oh valiente! la veloz corriente y se lanza al peligro.
“El Torrao” hace una barca de zarzos y se confía en el Soto a buscar gente en peligro y al cabo de algunas horas aparece con una mujer y una niña a quienes salva de la muerte.
En el Barrio ¡qué dolor! Las mujeres, casi desnudas, y los niños, se amparan en los terrados: con las manos se horadan las paredes, y se levantan los techos de los terrados para salvar a los que piden socorro dentro de las habitaciones. Un padre de una puñada, tira un tabique para salvar a sus hijos. Los héroes con zarzos y con artesas salvan en el soto a infelices que encogidos sobre las ruinas des sus viviendas piden socorro.
Ah! ¡el Puente! Las tartanas vienen llenas de infelices que lo han perdido todo, solo saben llorar. De aquellas tartanas salen mujeres envueltas en mantas, llorosas, desnudas, llenas de barro; los niños lloran, los hombres están aturdidos, no saben que les pasa…

Y así continuaba Martínez Tornel la narración de aquel espanto. La huerta se había convertido en un mar tranquilo sembrado de muerte. El Alcalde de la ciudad mandó aquella mañana un telegrama al Ministro de la Gobernación en el que decía:
 -La inundación baja. – Empiezo a recibir noticias que son tristísimas.- Asolada toda la huerta.- Arruinadas dos terceras partes de las casas, pereciendo ahogados o bajo los escombros un número de personas que no es posible calcular aún…

No podía ser de otra manera, a pesar de aquel dolor y sufrimiento, el pueblo de Murcia, una vez más, se volcó con las victimas de tan desoladora desdicha. Los propios Concejales se internaban en la huerta con tartanas para volver cargados de naúfragos. Aquellos que se fueron librando del agua, fueron alojándose en el Palacio Episcopal. Llegó en tren (hasta donde pudo) el general Alarcón, con barcas, buzos y marineros. Todos comenzaron a contribuir, gentes como D. Rafael Fernández Rodriguez, la Guardia Civil, las distintas Parroquias, los hermanos Chapulis, los Servet, Blanco, Pasías, López Cabezuelo, la Marquesa de Beniel y otros tantos vecinos anónimos de esta ciudad que se entregaron a la causa. Se crearon juntas de socorro, derivando en otras repartidas por toda España y Francia para la recaudación de fondos, ropas y otros enseres.

La prensa jugó también un papel fundamental. Desde las páginas de los diarios de Murcia se extendió al resto de los periódicos de las capitales españolas, llegando incluso a Le Figaró de Paris, proponiendo subscripciones en sus páginas, rifas, ferias y toda clase de publicaciones artísticas, literarias y poéticas. Mención especial merece D. José María Muñoz, vecino de la ciudad de Alicante, que realizó un donativo de unos cien mil duros, y adoptó a tres niños con tres, cinco y siete años de edad, que habían quedado huérfanos de padre y madre, ahogados por la inundación.
Acontecimiento fundamental fue la visita de su majestad el rey Alfonso XII para que el alcance de la fatal tragedia trascendiera a toda la nación. Llegó el 20 de octubre a la estación de Alcantarilla, ya que la del Carmen aún no esta restablecida. Visitó en primera persona varios puntos de la huerta, entre ellos Nonduermas, que había quedado arrasada, y pudo transmitir consuelo a los afectados. Unas semanas después, el 8 de diciembre de 1879, se celebró en el Hipódromo de Paris una gran fiesta organizada por los diarios más importantes de Francia, con rifas y diversos espectáculos, además de la venta del periódico Paris-Murcia, realizado por la prensa francesa, todo ello en nombre de la caridad y a beneficio de los afectados de aquella histórica inundación.
 
Los escalofriantes números dejaron al descubierto la magnitud de aquella tragedia. Fallecieron en Murcia 761 personas, desaparecieron 5.762 viviendas y otras 2.946 quedaron en estado ruinoso, y 22.469 cabezas de ganado sucumbieron entre los municipios de Murcia, Lorca y Cieza.  Aún hoy en día, y habiendo transcurrido ya 135 años, encontramos vestigios de aquella tremenda desdicha en un rincón de nuestra Murcia del siglo XXI.
 
"En memoria de todas las víctimas"

Etiquetas: historia

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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