El Nazareno murciano
Este hermoso poema, tributo a los nazarenos murcianos, fue escrito por D. José Frutos Baeza, y publicado en el diario el Liberal de Murcia, el día 12 de abril de 1906, festividad de Jueves Santo.
Morada, azul, o bermeja,
porque el color no hace al caso,
rompa o no, burle o acate
el canon indumentario,
ello es que no hay en el mundo
sayal de más rumbo y garbo
que la amplia túnica airosa
del nazareno murciano.
Recogida a la cintura
en pliegues abullonados
que oprime a modo de cíngulo
el borlado cordón blanco,
parece ropilla a usanza
medioeval, con algo arábigo
en el encaje de espuma
ligero y acicalado.
Pero el nazareno pone
mucho suyo, de su rango,
en la figura garrida
de su tipo estatutario:
en la media moteada,
como cincelada en mármol,
hace que se cruce y trepe
la roja cinta de raso
que arranca del alpargate
blanquísimo como el ampo;
deja al desgaire prendido,
del cíngulo al diestro lado
con filigranas y engarces
el artístico rosario,
la cruz de bruñida plata,
las cuentas como garbanzos,
que, al vaivén de los andares
ágiles y acompasados,
chocan y suenan acordes
como abalorios prismáticos.
La túnica abierta al pecho
descubre, entre pliegues amplios
del pecherín reluciente
bucles, rizos calados,
y de la roja corbata,
como un ababol, el lazo.
Ciñe a la encendida frente,
al viejo estilo huertano,
en rodeos espirales
el rico pañuelo charro,
con más colores que el Iris
y más seda que un damasco,
y por descubrir la cima
de su conjunto bizarro,
el capuz suelta a la espalda,
marcial, arrogante, ufano.
Nazareno por la sangre,
hace un vínculo del Paso
en donde echaron el hombro,
mas de cien antepasados,
y antes la hacienda perdiera,
a ser rico o mayorazgo,
que el anda a que va sujeto
por derecho hereditario.
Porque el nazareno sabe
que el serlo no es un regalo,
ni gracia de ningún prócer,
sino privilegio nato,
algo que nació en la fe
de sus abuelos impávidos
que la tradición sanciona
y que ha venidos a sus manos
porque mantiene su tipo
noble, robusto, gallardo,
la selección nazarena
de que es legítimo vástago.
Sabe que va donde hay hombres
de hercúleos hombros y brazos,
con pantorrillas de atleta,
membrudos como espartanos
y que a no llevar si tasa
magencia y brío en el sayo,
arrogancia en los andares,
hombría en su rostro sano,
el mismo desdén sirviera
de espuela para arrojarlo.
Yo no sé de donde viene,
ni en qué se ocupa el resto del año,
si cultiva tierras propias
o es labriego propietario;
lo que se es que oculto vive,
anónimo olvidado,
hasta que aparece, brilla
y se eclipsa como un astro.
Y al mirar con qué apostura
por el concurso ávido
cruza el Puente los frágiles
andenes abigarrados,
con la muleta blandida
que en ocasiones es báculo,
repletos los amplios senos
por los cartuchotes clásicos,
gentil el busto, esplendente,
rudo a la vez y fantástico,
me parce ver fundidos
en su tipo soberano
algo de una antigua raza
de abolengo musulmánico;
algo señorial, escrito
de aquella tez en los rasgos;
algo digno de rodelas,
broqueles, lanzas y cascos,
o de moverse entre púrpuras,
espingardas y caballos;
algo que busca un entronque
opulento y legendario,
que levanta nobles brios
entre tantos seres flácidos
y flota y brilla espléndido
varoniles entusiasmos,
en la olímpica escultura
del nazareno murciano
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