A la Muy Morena y Muy Hermosa ciudad de Murcia
Si bien medida talla de la altura,
mal diente de turrón del de avellana,
surtes tu lentitud de arquitectura:
con tus vaivenes, torre, de campana,
galeota amarrada a una cadena,
se broncea tu viento o agitaba.
Pichones de blancor, desencadena,
por ver si se te aclara, aunque en anillos,
el magnolio al mirar tu tez morena.
¡Ciudad de los picudos amarillos
y las esquinas decoradas, ¡cuantas!,
de ángeles desalados y salcillos!
Se ahorcan por detrás de tus gargantas,
en arrope trenzado a lo cohete,
sin movimiento azul, rosas gigantas.
Boca que ríe, boca que comete
navajas de azuzenas, con objeto
de hacer la propaganda de Albacete.
A la orilla del trémulo sujeto,
zapatean pimiento los molinos.
si en bis su doble faz ve ojo coqueto.
Entregando su voz con sus vecinos,
hasta el puente va el agua donde salta
a la comba dos saltos argentinos.
Fabricas ve de hierbas circunfleja,
y con la cruz a cuestas, cada una
al Jesús agobiado se asemeja.
Dentro de esa mansión casi ninguna,
duerme la seda a veces despierta,
refresca la tinaja, el buey se luna.
Ahorcada está la tórtola en la puerta,
esperando cantar, sudando fuerte,
sobre la boca, como un arco, abierta.
El arácnido largo, claustro, puente,
el aire en uso hila, y va la noria
reloj despertador por la corriente.
El naranjo, en su fiel, pompa notoria,
ayudas de madera solicita,
para poder llevar toda su gloria.
Y con su colmillar de anclas la pita,
si el alambre dentado no es, a espada
deseados de resta mundos evita.
Ciudad episcopal, Murcia prelada;
laberinto que en ti mismo te pierdes;
hoy va en cruz por tus rejas mi mirada,
bajo el abril de tus persianas verdes.
Miguel Hernández [Poemas sueltos. 1936]
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