Desde un principio, existió una manifiesta intención en los canónigos de la diócesis de construir una torre más que sobresaliente en la Catedral de Murcia, como así consta en los escritos dirigidos a Mateo Lang, obispo de Cartagena desde 1512 a 1540. La culminación de la obra a finales del siglo XVIII, se traduce en una imponente presencia de La Torre que desde entonces invade toda la ciudad y la huerta, y además, rubrica el hecho de que consiguieron aquel objetivo marcado.

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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