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Las Barracas

Hogar de mi vega, barraca murciana,
no sé si es tu estirpe mora o castellana;
pero por el hombre que hoy tu sombra habita
y la cruz que te hace parecer ermita,
sé que eres  cristiana.
 
Entre los maizales, como sosegado
tigre que vigila con celo el sembrado,
se ve el pardo lomo de tus albardines,
que a veces se cubre de blancos jazmines
y flor de granado.

Un soplo de invierno, de tu señorío
no deja una arista; todas van al río;
en cambio resistes, como fortaleza,
dando sombra al hombre que trabaja y reza,
los mares de fuego del sol estío.
 
De noche pareces barca en la laguna
verde y plateada que forma la luna,
y hay algo en tu oscuro, limitado espacio,
que te hace que seas igual que un palacio:
es son de la cuna.
 
Sentado a la sombra de tu espesa parra,
mi sed una siesta mitigó tu jarra,
y miré, una tarde de melancolía,
a un mozo huertano que en celos ardía,
romper la guitarra.
 
Descansas alguna vez a las orillas
del río, y ofreces las danzas sencillas
de mozos y mozas que alegran la huerta,
y cubres la puerta
de un patio trenzado de mil campanillas…
 
También vi en los tiempos de mala fortuna
la huerta sin plantas y el cielo sin luna,
y como un cortejo que eriza de frío,
bajar por el río
tu palio, tu ermita, tu niño y tu cuna.

Etiquetas: literatura

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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