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El Conde de Floridablanca

Don José Moñino y Redondo, primer Conde de Floridablanca, nació en Murcia el 21 de Octubre de 1728 y, a los tres días, fue bautizado en la Iglesia de San Bartolomé. Fueron sus padres D. José Moñino y Dª Francisca Redondo, de familias hidalgas, aunque de mediano pasar. Tuvo cuatro hermanos: dos varones (Francisco y Fulgencio) y dos hembras (Manuel y Florentina).

El futuro Conde, primogénito del escribano Moñino, empezó sus estudios en San Fulgencio, y los continuó en Orihuela y Granada hasta recibirse abogado. Luego pasó a ejercer esta profesión en Madrid. Su sólida formación, formalidad y afición al trabajo, su tacto para los negocios jurídicos y para el trato de gentes, acreditaron pronto su bufete. Éste le proporciona los medios suficientes para vivir con desahogada decencia –compró entonces con sus ahorros la hacienda de Floridablanca, en el partido de Alquerías–  y le facilitó relaciones muy valiosas.

En 1766 fue nombrado Fiscal del Consejo de Castilla, cargo de excepcional importancia en la España del siglo XVIII. Ese nombramiento, como dice Cayetano Alcázar, significaba, además, su incorporación al movimiento renovador que en nuestro país se conoce con el nombre del “despotismo ilustrado”.  Tal vez dicho nombramiento influyera su amistad con Campomanes, cuyo “Tratado de la regalía de amortización”, objeto de duras controversias, había defendido Moñino con una “Apología” bajo el pseudónimo de “Don Antonio J. Dorre”. En tal escrito aparecen ya de manifiesto sus doctrinas regalistas. Más las acentuó después en el famoso “Expediente del Obispo de Cuenca”, donde informó como fiscal.

El regalismo era entonces el partido de muchos hombres doctos y patriotas que de buena fe entendían procurar el bien público, defendiendo la soberanía del poder civil en todos los órdenes del Estado, y las prerrogativas del Monarca como única providencia para la felicidad de la Nación. “Los fiscales del Consejo Supremo –escribe Baquero Almansa–  tenían una esfera de acción muy extensa: todo pasaba por sus manos; en lo político, en lo judicial, en lo económico, en lo administrativo, en toda medida o resolución del Gobierno habían de tomar parte. Las grandes dotes de nuestro Moñino se realzaron en tan importante cargo, durante los seis años que lo desempeñó.

Por acuerdo del Consejo de Castilla, presidido por el Conde de Aranda, había Carlos III resuelto pedir a Su Santidad la extinción de la poderosa Compañía de Jesús. Lo mismo gestionaban en Roma las Cortes de Portugal, Francia y Nápoles, que también habían expulsado de sus dominios a los Jesuitas.

Al acceder al pontificado, Clemente XIV consiguió ir dando largas al asunto y entretener con vagas esperanzas a las Cortes. Y así se habían pasado tres años, sin decidirse a la menor resolución, cuando llegó a Roma D. José Moñino (Abril de 1772), que consiguió enseguida cambiar el aspecto de las cosas. Casi al finalizar el año, uno de los confidentes del Papa, Buontempi, le comunicaba reservadamente que Su Santidad se encontraba dispuesto a firmar la extinción. Era increíble la manera como Moñino había logrado aunar voluntades, convencer a los timoratos y vencer al partido inteligente y ancho que los Jesuitas tenían en Roma.

El 21 de julio de 1773, Clemente XIV firmaba el breve “Dominus ac Redemptor” suprimiendo la Compañía de Jesús, aquella Compañía de Loyola que había sido expresión del espíritu de España.

Carlos III quiso premiar sus brillantes servicios en Roma con un título de Castilla. Como lo dejara a su gusto, Moñino contestó modestamente al ministro Grimaldi: “En lo que toca al título con que el Rey quiere honrarme, me parece tomarlo de un pedazo de tierra que posee mi casa, llamado Floridablanca; en esto me acomodo a lo que tal vez agradará a los míos. A mí me bastará la denominación de Conde…”

El nuevo “Conde de Floridablanca” todavía continuó en Roma un par de años.

Por entonces –fines de 1776– dimitió Grimaldi al Ministerio de Estado; y Floridablanca, que sólo aspiraba a descansar en una plaza de Consejero con cédula de residencia (especie de jubilación honorífica), fue sorprendido con el nombramiento de Secretario de Despacho Universal del Estado (Primer Ministro del Rey). Tomó posesión en febrero del 77.

Durante los años 1777 a 1792, fue el hombre de más prestigio, y a su influencia se deben las reformas interiores y la influencia exterior de España. Su vida política es la historia de gran parte del reinado de Carlos III y de los cuatro primeros años del gobierno de Carlos IV y de María Luisa.

<Fue Moñino –dice D. Antonio Ballesteros y Beretta– de temperamento frío y reservado, de espíritu claro y metódico, de carácter ponderado y prudente, de maneras ceremoniosas y solemnes; en el fondo, autoritario y hasta despótico; tuvo la suprema habilidad de captarse la confianza absoluta de su soberano, hasta el punto que para Carlos III “una palabra de su ministro equivalía al Evangelio”. Mereció Moñino ser apellidado por sus contemporáneos “el viejo Zorro”, indicando la sutileza y repliques del antiguo embajador en Roma.>

Floridablanca inauguró en el exterior una política independiente: aprovechó la sublevación de las colonias norteamericanas para recobrar Menorca y La Florida; no quería uncir a su país al carro de Francia con ciega esclavitud; anuló alianza con Portugal;  firmó un Tratado de comercio con Inglaterra, y tuvo a raya a los piratas berberiscos. Era partidario del centralismo administrativo y creó la junta de Estado, especie de Gabinete ministerial. Duró en el Ministerio desde su elevación hasta la muerte del Rey.

Son asimismo, reformas de este reinado la obra de colonización interior en las comarcas despobladas (Sierra Morena); las medidas desamortizadores para impedir la excesiva concentración de la propiedad; el impulso de la vida agrícola e industrial de la nación y las obras públicas (carreteras, puertos, edificios). Reorganizó, en fin, la enseñanza, envió expediciones científicas, mejoró la administración de las colonias (creación de los intendentes), abolió las encomiendas o repartimientos de indios y dictó la pragmática del comercio libre, que contribuyó al desarrollo mercantil de nuestras posesiones ultramarinas.

Pero Floridablanca, que había gozado de todos los honores y prerrogativas en su larga vida ministerial y política, sufrió todos los dolores e ingratitudes después de su caída del Gobierno. Fue el maltratado año de 1792.

Desde Aranjuez marchó a refugiarse en Hellín, en casa de su hermano Francisco, y después, a primeros de junio, a Murcia, que todavía recordaba la protección del elevado personaje y dispuso los maceros y las carrozas para rendirle homenaje. Estuvo en su ciudad natal solo tres días, acompañado de su cuñada, la Marquesa de Pontejos, viendo la Procesión del Corpus desde la casa del Arcediano de Villena. Volvió a Hellín, donde le esperaba, en la madrugada del 11 de julio, el corregidor y Alcalde de la Corte, D. Domingo Codina, con la orden de arrestarle y conducirle preso a la ciudadela de Pamplona. Todos su bienes le fueron embargados.

En 1794, sus amigos Llaguno y Azara, en la fausta coyuntura del nacimiento de un Infante hijo de María Luisa, lograron que el 4 de Abril se firmara un decreto autorizando a Floridablanca a trasladarse al reino de Murcia. Después, en 1795, para festejar el triunfo de la paz de Basilea, el omnipotente Godoy ordenó que se le considerara absuelto de la responsabilidad política de sus procesos.

En Murcia vivió entonces apacible y hasta franciscanamente, alternando sus meditaciones espirituales y ejercicios de devoción con la dirección de algunas obras y riegos de la región, especialmente de Lorca. En 28 de marzo de 1808 al comienzo del reinado de Fernando VII, se declaró oficialmente injusta y arbitraria la confinación que padecía y quedó en definitiva libertad de elegir la residencia que más le acomodase, sin excepción alguna.

Se supo, en la Primavera de aquel año, por la posta de Cartagena, el alzamiento del 2 de Mayo en Madrid. Por la gravedad de las circunstancias se acordó convocar a todas las autoridades de la ciudad, a los curas Párrocos, al Deán y al Cabildo, que en Mayo asistió a la reunión extraordinaria que se había convocado urgentemente. El 25 de ese mes se acordó constituir una Junta Suprema, de la que debía formar parte Floridablanca. Que así aparecía de nuevo incorporado a la vida política. Un documento de 22 de Junio suscrito por Floridablanca y sus compañeros de Junta mantiene un criterio de interrogación y propone la formación de un Gobierno Central.

Floridablanca, en aquella España gloriosa y convulsa de 1808, será puesto al frente de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino, el más alto organismo de la vida nacional.

Sabido es que la Junta hubo de salir precipitadamente de Aranjuez, por temor a caer en manos de los ejércitos napoleónicos, y dirigirse a Sevilla. Floridablanca, ya octogenario, cansado el cuerpo y el alma, entregó su espíritu en la ciudad hispalense el 30 de Diciembre de aquel 1808. En 1931, el Ayuntamiento de Murcia rescató sus restos y los depositó en la Parroquia de San Juan, en la capilla donde estaba enterrado su padre.

Aunque falto el personaje que nos ocupa de la gran monografía que aún necesita hacerse sobre él, véanse en tanto las siguientes referencias:

– “Descripción de los festejos públicos con que la M. N. y L. Ciudad de Murcia solemnizó la inauguración del Monumento y Estatua levantada a S.A. el Serenísimo Sr. Conde de Floridablanca el día 19 de Noviembre de 1849”. – Murcia, Imp. De P. Nogués, 1849.

– “Obras originales del Conde de Floridablanca y escritos referentes a su persona”. Colección hecha por D. Antonio Ferrer del Río. Madrid, t. LIX de la B: A: E: de Rivadeneyra, 1867.

–  “BAQUERO ALMANSA, ANDRÉS: “El Conde de Floridablanca. Su biografía y bibliografía”. Murcia, Imp. Sucesores de Nogués, 1909.

– ALCÁZAR, CAYETANO: “El Conde de Floridablanca (Su vida y obra)”. Tomo I. 1934, Publicado por el Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia.

– BALLESTEROS Y BERETTA, ANTONIO: “Síntesis de Historia de España”. 3ª edic., Barcelona, Salvat Editores, 1936.

– VV.AA.: “Carlos III y su Época. La Monarquía Ilustrada”. Barcelona , Carroggio, S.A. de Ediciones. 2003.

– LÓPEZ DELGADO, JUAN ANTONIO: “La biblioteca del Conde de Floridablanca (Papeletas bibliográficas y notas para su estudio y reconstrucción)”. Murcia, A.G. Novograf, 2008. In 4º, 364 págs. Con ilustraciones.

– VV.AA. : “Floridablanca. 1728-1808. La Utopía Reformadora.” Catálogo de la Exposición. Murcia, Ayuntamiento de Murcia y Fundación Cajamurcia.- Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2008.

– PARDOS, JOSÉ LUIS: “El Modernizador. Una aproximación a Floridablanca”. Universidad de Murcia, 2012.

– MORENO ALONSO, MANUEL: “Proceso en Cádiz a la Junta Central.” Madrid, Sílex, 2014.

Etiquetas: ilustres historia

Murcia me gusta. Ciudad clara de colores calientes, de piedras tostadas, color de cacahuete tostado. Y notas deliciosas de luz, las calles estrechas y sin aceras, las “veredicas del cielo”, las tiendas de los artesanos, el esparto y la cuerda. Y ahora en el crepúsculo, una luz maravillosa.

Jorge Guillen

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